Hace unos días participamos de un panel organizado por PacCTO, sobre la situación de los jóvenes en América Latina frente al Crimen Organizado. La sesión sirvió para discutir algunos temas clave sobre el involucramiento de los jóvenes en bandas y organizaciones criminales en nuestras regiones (pueden ver el video arriba). Una lectura bastante recurrente sobre esta participación refiere a aspectos, estructurales, morales, económicos y formativos en los individuos que participan de estas estructuras criminales. Es también bastante frecuente que se aluda a la fractura de los espacios domésticos como factor clave en este fenómeno.
Si bien estos factores no dejan de cumplir un rol importante, desde una perspectiva de política criminal es complejo resumir la respuesta a estas miradas. Es preciso insistir en que no se trata de temas poco importantes (son tal vez los más relevantes). Sin embargo, son aquellos sobre los que se tiene menor control a corto plazo, y dependen de multiples factores ajenos a las medidas de seguridad y control. Asimismo, se trata de aspectos que deben ser atendidos por otras instituciones estatales, pues escapan largamente a las competencias de las agencias de seguridad y justicia.
En esa línea, ¿qué se puede explorar para dar una respuesta de corto y mediano plazo a esta problemática? La ruta a explorar pasa por entender dos cosas complementarias. Por un lado, comprender qué encuentran los jóvenes en bandas y organizaciones criminales. Los testimonios de los participantes de la sesión aluden a lo que se recoge también en otras experiencias: se trata de estructuras que permiten satisfacer necesidades y aspiraciones. Esto no solo se resume a cuestiones económicas, sino que se extiende también a aspectos afectivos y de reconocimiento social. En esa línea, la intervención preventiva y resolutiva debe considerar que el entorno en el que se desarrollan estos jóvenes no ofrecen estas posibilidades o, en todo caso, su precariedad hace que lo provisto por las redes criminales resulte más atractivo y accesible.
También es importante explorar el otro lado de la moneda: ¿qué evita que otros jóvenes en estos mismos entornos se involucren en estas redes criminales? La evidencia también demuestra que, a pesar de que se proyecta un escenario altamente crítico, gran parte de los jóvenes en estos contextos complejos no se insertan en estas redes criminales. Comprender qué esta funcionando para ellos es aun una exploración pendiente, que hemos descuidado por enfocarnos demasiado solo en aquellos que viven situaciones problemáticas.
Naturalmente, ni las necesidades ni las aspiraciones son los únicos factores asociados a estos fenómenos. Como se anticipa líneas arriba, también influyen factores estructurales y domésticos que se deben atender, aun cuando las posibilidades de encontrar resultados se proyecten a largo plazo. Pero también se necesita mirar la expansión de las estructuras de oportunidad. En ese sentido, el enfrentar la criminalidad en si misma así como desarticular a las redes criminales, juega un papel importante para incrementar el riesgo y desincentivar el involucramiento de los jóvenes en estas estructuras delictivas.
En síntesis, una ruta para trabajar frente al involucramiento de jóvenes en redes criminales en nuestras regiones, pasa por no descuidar la mejora de sus condiciones estructurales, anticipando que corresponde a factores que trascienden a las competencias de las agencias de seguridad y justicia. Esta ruta debe comprender la implementación de estructuras que permitan el cumplimiento de aspiraciones y necesidades que sean más atractivas que las que ofrecen las redes criminales. Para ello, es clave comprender qué viene evitando que la mayoría de los jóvenes no participen en estas prácticas. Finalmente, para que la ecuación funcione, es clave también un control eficiente de las redes criminales y sus prácticas delictivas, a fin incrementar su dificultad y hacerlas menos atractivas frente a las opciones lícitas.